"Vacío"- Victoria Sisó



“Vacío”

Desautomatizar, eso fue lo primero que pensó Lara al despertarse una tarde de domingo. Desautomatizar su rutina, cambiar la mirada, la energía, el aire, simplemente cambiar.  Necesitaba cambiar por más complicado que fuera.  14:38 pm su gato Raúl dormía plácidamente a su lado mientras ella pensaba, reflexionaba y lloraba bajito. Se incorpora y camina hacia la ventana de su pequeño departamento, levanta la persiana y se queda unos instantes observando la calle, y a la poca gente ofuscada que camina por el Microcentro. Es un día nublado, el sol brilla por su ausencia pero a Lara no le importa, no piensa salir de la comodidad del encierro.
3 de septiembre del 98, hace frío, llovizna y la niebla cubre la ciudad. Poco se puede observar desde esa ventanita oculta. Lara enciende la radio y “Oasis” tiñe el ambiente, es tarde para almorzar, decide merendar y en automático agarra un saquito de té, pero se detiene rápidamente, recuerda su propósito del día, y se hace un café fuerte, a pesar de que no le guste.
15:15 pm Raúl maúlla porque tiene hambre, ella lo alimenta y luego lava la taza amarilla de la merienda.
Suena el timbre, es Mariana, su mamá. No quiere abrirle, siempre es lo mismo. Llega, la interroga y después se va. No estaba de humor o simplemente no quería soportar las preguntas incómodas, estaba cansada de escuchar “¿Novio para cuando? ¿Estás comiendo bien? ¿La facu? ¿Necesitas algo? ¿Te hiciste amiguitas?” Basta, ese era su día, no iba a soportar a nadie, iba a hacer lo que quisiera. No atendió y el timbre sonó durante cuatro minutos sin parar, sin embargo Lara hizo caso omiso. Mariana era avasallante, invasiva y desubicada, una vez quiso sacarle una copia a la llave del departamento de su hija y fue tal el escándalo de Lara que Mariana se arrepintió de su idea.
Hacía 11° cuando Lara encendió la estufa. La radio se había quedado sin pilas, entonces el silencio reinaba en el monoambiente. Era domingo y todos los domingos Susana, su vecina del 9no A, visitaba a sus nietos. En la calle también  reinaba el silencio. Lara aprovechó para terminar  de leer unos apuntes de la facultad, estudiaba derecho, aunque le parecía una de las carreras más mediocres e innecesarias que podía existir. Estaba cursando el segundo año, mucho tiempo para alguien que odiaba lo que hacía, “todo sea por Mariana” pensaba los lunes cuando sonaba la alarma. Su mamá quería ser abogada, pero cuando cursaba el CBC quedó embarazada de ella y nunca pudo terminar la carrera, la crío sola, sin padre, sin nadie. Mariana nunca se quejó, de hecho estaba y está orgullosa de su decisión, pero para Lara eso siempre fue una carga. Cuando tenía siete años le dijo a su madre que iba a ser abogada y fue tal la emoción de Mariana que cuando terminó la secundaria se vio obligada a estudiar derecho, no podía soportar la idea de decepcionar a la persona que más la amaba en el mundo.
Lara no era el estereotipo de una “persona feliz”. Tenía miedo, odiaba vivir encerrada entre cuatro paredes, pero era todavía peor salir al mundo. Se conformaba con mirar por la ventana y escribir en un cuaderno negro mientras tomaba té, eso para ella era la felicidad, la única libertad accesible y placentera. Sin sufrimiento, solo ella, Raúl, su cuaderno negro y una taza amarilla cargada de té.
16:54 pm Lara se posa sobre la ventana y observa a los pájaros, quiere volar, sentir el viento acariciándole la cara suavemente, sentirse libre y poderosa. Un camión de bomberos interrumpe sus pensamientos, la descoloca.
Empieza a anochecer y ella se va a bañar. 19:56 pm Susana volvió, sus pasos se escuchan desde el baño de Lara. Raúl empieza a maullar para exigir nuevamente su alimento, ella se apura, sale de la ducha con una toalla en la cabeza y alimenta a su gato. Se seca el pelo y como no tiene hambre se recuesta en el sofá-cama a leer.
De repente son las 22:00 pm. Lara se siente vacía, llora sin saber por qué, las gotas caen sobre el libro y mojan la tinta, volviéndola borrosa e ilegible. Ella no fuma, su madre siempre fumo mucho y eso le genera rechazo. Sin embargo se pone un buzo viejo y baja al kiosko de la esquina, compra un paquete de cigarrillos. Y vuelve al confort de su departamento, encerrada otra vez. Fuma un cigarrillo, tras otro y así hasta quedarse sin. Ordena todo, deja el monoambiente impecable, besa a su gato y le susurra “ciao”. Arranca la última página de su cuaderno negro y escribe. Se envuelve en una manta naranja y sube en el ascensor hasta la terraza, piso 17, el último del edificio. Ese era su día e iba a hacer lo que quisiera, pensando solo en ella. Deseaba volar con todo su ser. Se acercó a la baranda, la trepó lentamente. Cerró los ojos y se dejó caer, era libre, libre al fin.






Comentarios

  1. Victoria: me encantó tu cuento pero odio el final que repite el estado de piloto automático del que quería salir. Construís un personaje sensible, vital, lleno de posibilidades; por esto, sin necesidad de caer en lugares comunes o en el final feliz, se merece otra salida, más creativa y menos trillada. Y a mí me gustaría leerla, por favor.
    NOTA: 9

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